3 nov 2008

Sin miedo al contagio

Olía a vino. Un fuerte olor le impregnaba la ropa. Vino fuerte, del que sirve para olvidar, no para beber. Probablemente de tetra-brick. Se sentó justo a mi lado. En una zona del vagon que parece estar aguardando a los vagabundos o a los jóvenes maleducados de viernes por la noche. Olor a orina, olor a rancio y, a veces, a vómito. Sin embargo, con las prisas, acabé sentado allí nuevamente Él era de los del primer grupo. De los vagabundos, algo más que un simple borracho. Su ropa se encontraba sucia y ajada. Los pantalones tenían varias manchas de un denso negro y las botas eran viejas y debían haber soportado demasiada agua en los últimos días. Sin embargo llevaba la barba perfectamente arreglada, al igual que las patillas, todo ello de un blanco impoluto. Justo en frente nuestro se sentó una mujer de unos cuarenta años, con un gran paquete rectangular azul. El hombre le preguntó si era una mesa. No acerté a entender que le respondió ella. Sin embargo la conversación no terminó ahí. Él arrastrando las palabras a través de su abultada lengua. Ella, rápida en sus respuestas, pero nunca escueta. En un determinado momento ella le dijo: -Das Wasser is gut, aber nicht zu viele, oder? ("el agua es buena, pero no demasiada, ¿verdad?"). No lo dijo con desprecio, llevaban cinco minutos de conversación de tú a tú, pero él encajó rápidamente su ironía. -Du bist ein Engel... ("eres un ángel..."). Sus ojos, surcados de arrugas, pero profundamente vivos, se sumergieron en la negrura de sí mismo, reflexionando, aceptando lo dicho y, tal vez, resignandose. Sin embargo en todo momento ella le ofreció su respeto. Estoy seguro de que no lo dijo con condescendencia, ni con un tono moralista, simplemente lo dijo. Mi parada había llegado y bajé del tren...
foto: Slapbcn

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