2 jul 2010

Las invasiones bárbaras

Hay personas tan miserables para quienes el sentido de la vida consiste en imponerse a los demás. Por sus santos cojones. Adalides de su propia causa y conocedores absolutos de la superioridad de sus razonamientos tratan de hacerte ver (con la fuerza que imponen los gritos y las amenazas) que se hará lo que ellos ordenen. Y punto pelota. Llegábamos a la conclusión mi amiga Cristina y yo el otro día de que vivíamos en una burbuja. Así que cuando un tipo se te envalentona en un portal y despliega su plumaje mientras te muestra su penacho de jefe de la manada, al grito de: "Esa bicicleta no entra en el ascensor por mis cojones", no sabes si reír o llorar. Aparte de alucinar, porque no estás acostumbrado.

Y el caso es que es triste y en principio no tiene mayor importancia, pero el cuerpo, como todos bien sabemos, es un traidor en cuestión de emociones (y sino que se lo digan a Paul Ekman, imprescindible su Emotions Revealed) y cuando te sientes amenazado y la mala leche se apodera de ti, es como el vino, que lo retienes en el organismo durante varias horas. Solo que aquí no puedes vomitar, o tal vez sí y precisamente de eso se va este post. De vomitar. Porque uno está hasta la náusea de quejarse y cuando trata de evitarlo, el estómago se rebela.

El caso es que tampoco sirve bajar la cabeza y dormir intranquilo, sabiendo que el Derecho está de su parte. Aunque sepa a cuerno quemado el que te tengas que cagar en todas las instancias celestiales y dar una hostia en la mesa para frenar al meningítico que tienes delante y que ceje en su intención de amedrentarte. Vamos hombre, que uno ya está crecido y se ha jugado el tipo en fuertes peores...

Y es que ya lo apuntaba Denys Arcand a través de su personaje Remy: "oscuridad... los bárbaros están llegando". O es que tal vez lo que sucede es que nunca se fueron...