31 dic 2009

Un año más. El almanaque.

Enero comenzó con el chisporroteo de un periodo que agonizaba entre la algarabía de los fuegos artificiales que sibilaban en la noche alemana. Era la primera vez que recibía el nuevo año fuera de casa.

Una trucha recién cocinada en la lumbre sin estrellas de una cabaña, en un bosque de Thale, en las montañas Harz y la deliciosa espera en un acogedor restaurante italiano, donde siempre olía a mar y vino blanco secuestraron, entre placas de hielo y libros de texto, al calendario hasta marzo.

Entre Madrid y el Paseo de los Tristes discurrió, con melancólica sonrisa por los buenos momentos vividos, la primavera, que dejó paso a un verano que luego invernó con rabia, antes de lo debido.

Así llegaron los trenes que nos hicieron transitar dentro de nosotros mismos hasta hallar lo que buscábamos. Con la escarpia más dura que hubimos encontrado clavamos los tesoros adquiridos en el corazón de agosto.

Las noches de septiembre y octubre alumbraron, mientras nos revolcábamos en la hierba a las orillas del Ebro, a una escogida nueva familia cuyas raíces continúan hundiéndose con incesable empeño cada día. Inmejorable regalo para una noche de difuntos.

Un rural fin de semana en un paraje de mi otrora desconocida tierra despidió a un noviembre que vio como diciembre se hacía añicos mientras la sangre coagulaba en afilados cortes. El almizcle sin refinar del fracaso de un empeño fiorentino fue festejado en ahogados sollozos que pugnaban por descubrir lo que aguarda tras el azul irisado de los tiempos venideros.

Excúsame el susurro plagiado y permite hacer mío un brindis que es tuyo, ¡a la salud del nuevo año!

28 dic 2009

La espera

Tres personas esperan en la estación a que con el amanecer aparezca el primer tren con rumbo a Catania. El que dicho tren llegue antes o después no dependerá de ellos, sino del horario marcado y del estado de las vías, así que K., ya cansado, decide echarse a dormir sobre la piedra fría. Entre bollería y café consume las casi dos horas que faltan para embarcar y dejar atrás Alemania. En Ucrania la escena se repite, esta vez sin letreros, aunque servido de efímera compañía y aún más efímera conversación. Aún faltan dos semanas para la fiesta. Una para el cumpleaños. Dos días para el fin de año. Y uno para que volvamos a vernos. Pero antes debemos sacar el tiempo de la maleta, tenderlo y ponerlo a secar. La distancia hacia el año venidero es la misma para todos. ¿Por qué no perseguir tu empeño (el mío, el suyo) antes de que la manecilla pequeña gire infinitas veces? Estando así las cosas, inevitable resulta que el punto de inflexión no lo imponga la dictadura del tañido de las campanas, sino el repique de uno mismo.

24 dic 2009

Bienvenidos a Inmolación

Pridnestrovie o Transnistria es un territorio al este del río Dniéster del que se cuentan historias que aconsejan al viajero mantenerse alejado. Ya ninguno de los dos recuerda si era el tren 64 o 66 el que debíamos evitar, pero el caso es que cuando compramos los billetes, la emoción de despertar en Kiev al día siguiente hizo que olvidásemos preguntarlo en la estación. A alguien se le ocurrió que Inmolación era un buen nombre para aquel sitio. 


Cuando estás tan cerca de ninguna parte y tan alejado de lo que conoces, una extraña sensación de calma te invade. Cuando compartes camino con alguien con el que no te importaría jugarte un viaje a los infiernos, la sensación de calma se agudiza y se amplifica hasta que no cabe en el compartimento. En ese momento, el poder acabar en una vía muerta mientras los guardianes de un país desconocido te apuntan con un arma que intuyes muy real, entra dentro de lo posible y, como cantaban los Héroes del Silencio, piensas que nadie te puede parar.


Inmolación es la calma antes de la tempestad. Es la aceptación de lo que tenga que ocurrir mientras las sombras desconocidas ascienden la escalera. Es una litera en un tren nocturno a Ucrania, fuera del alcance de las balas de lo cotidiano. Un camastro donde, con media sonrisa en la boca, cedes y te dejas inundar por el torrente de paz que nace allí donde el miedo no alcanza.