14 nov 2008

Düsseldorf (Düsseldwarf)

Después de una semana de mucho trabajo y aproximadamente cuatro horas diarias de alemán (estoy avanzando muchísimo, ya sé pedir cerveza tostada, cerveza de trigo, cerveza de alta fermentación, alkazezter...), era el momento de tener una escapada de fin de semana. Así que el sábado muy de mañana (a eso de las seis y pico) la amiga Renata y yo nos dirigimos a la estación central de Hamburgo dispuestos a comenzar el viaje. Nuestra idea, dado el madrugón, era aprovechar las casi cuatro horas de duración del mismo para dormir y llegar frescos y descansados a Düsseldorf. Aquella noche ella había dormido tan sólo dos horas. Yo menos de cinco.

Con deambular zigzagueante fruto del sueño nos subimos en el tren y buscamos un par de asientos que no estuvieran reservados. Como la gente normal a esas horas duerme, no tuvimos demasiados problemas. Vi un par de asientos al lado de la puerta y dije -aquí- y nos sentamos. No sé que absurdo motivo me llevó a pensar que los asientos en el extremo sur del vagón eran mejores que el resto. El tiempo se encargaría de quitarme la razón (y si fuese un tiempo personificado, como en los Teletubbies, de descojonarse de mí). A los cinco minutos nos pusimos música, apoyamos la cabeza en algo blandito y... "click", desconexión [véase la foto de Renata con cara de felicidad].

No pasaron ni veinte minutos cuando algo nos sobresaltó. Ese algo terrible tenía forma de vieja abultada. Y con ese algo viajaban su hijo, que no llegaba a los treinta años, y sus nietos, tres pequeños bastardos. Disculpad la expresión, además tal vez tengáis razón, el bastardo sólo era uno, el que se sentó a mi lado. El enano cabroncete no tardó ni cinco minutos en empezar a darme patadas. Así, por las buenas. Y la abuela, que no decía nada, bastante tenía con entorpecer el tráfico del vagón interponiendo entre la salida y el resto de los viajeros un coche de bebé que requería de una cintura de avispa y aproximadamente tres años de gimnasia artística para ser sorteado sin incordiar a mi amiga eslovena, que se encontraba sentada en el extremo opuesto. Obviamente no todo el mundo lo conseguía. Así una señora tuvo que elegir entre caerse encima del bebé y golpear con su bolso la cara de Renata. Eligió lo segundo. Pero eso sí, pidió disculpas en voz baja mientras se alejaba.

A todo esto que el niño había decidido que darme patadas a mí no era suficiente y empezó con Renata. Ella, que afronta los problemas de una forma más directa y adulta que yo, hizo lo que tenía que hacer: devolverle al niño las patadas. Tras un breve intercambio de ataques y bloqueos decidimos que lo mejor sería buscar otro asiento. No tardamos en irnos, pero en un breve lapso se agolparon en mi cabeza varios términos en distintos idiomas para describir a la critaturita (bastardo, bâtard, bastard, hijodelagranp...). No tuvimos más incidencias en el resto del trayecto, pero eso sí, no conseguimos conciliar el sueño. A continuación una foto de mía con el mocoso. ¿Veis la cara de felicidad?


Así, de esta forma tan accidentada llegamos a Düsseldorf. Una vez allí decidimos ir al hotel a dejar las cosas. Para no entretenernos buscando un taxi decidimos que lo mejor sería ir andando (...). ¿Le véis la lógica? Pues yo tampoco. Pero en el mapa parecía que estaba taaaaan cerca. Cincuenta minutos y un par de bollos con nueces y/o crema del Kamps más tarde llegábamos al hotel. Allí nos atendieron muy bien, nos dijeron que harían la cama que faltaba por hacer y nos recomendaron que nos quedásemos a desayunar al día siguiente. La recomendación era gratis, el desayuno doce euros por persona. Decidimos prescindir de la recomendación.

Una vez acomodados nos lanzamos a recorrer las calles de Düsseldorf. El día era magnífico. Había estado lloviendo la noche anterior, acabando así con todo el polvo en suspensión, lo que dejaba una increíble luz para practicar la fotografía (sí, ambos somos unos freakis, en mi caso sin conocimientos además). Unas cuantas fotos más tarde (la mayoría se encuentran este enlace) decidimos que teníamos hambre. Por la tarde visitamos el Altstadt (casco antiguo) de la ciudad. Como habíamos dejado mi guía de Alemania en el hotel porque pesaba varios kilos, rápidamente nos dimos cuenta que no sabíamos ante qué nos encontrábamos en cada momento. Un edificio de ladrillo rojo con enredaderas. Un tío montado en un caballo. Una antena de telecomunicaciones. Eso sí, teníamos tres mapas distintos, perdernos no nos íbamos a perder. Cuando por la tarde fuimos al hotel a echar una siesta pre-sábado por la noche y consultamos la guía vimos que en realidad no habíamos estado interpretando correctamente la realidad historico-artística de la ciudad. El edificio de ladrillo rojo resultó ser la Rathaus (un ayuntamiento renacentista del siglo XVI), el tipo a caballo una estatua del Elector Jan Willem y la antena de televisión un restaurante giratorio con mirador de 172 metros de altura. Con todo, la parte histórica no era tan impresionante. Eso sí, los habitantes de Düsseldorf tienen un alto concepto de sí mismos. Y así en la guía que cogimos en la oficina de turismo definía a la estatua ecuestre (a la que por otra parte nada tendría que envidiar la estatua de Espartero en el Espolón de Logroño, por poner un ejemplo) como "una de las estatuas ecuestres barrocas más importantes al norte de los Alpes" (debe ser que ando algo pez en geografía y no hay mucho espacio de tierra al norte de los Alpes) o a la iglesia de San Andreas, llena de estuco en el techo y que por lo único que destacaba era porque el mausoleo lo componían cuatro ataudes estilo far-west como "una de las iglesias barrocas mas bellas a orilas del Rin". Afortunadamente nos quedaba el domingo y el Medienhafen. Por la noche salimos, encontramos un bar donde pusieron desde Janis Joplin hasta Héroes del Silencio, pasando por Rammstein, nos tomamos unas cervezas y a casa. Abajo, el "fascinante mausoleo tan sólo superado en magnificencia por los que se pueden encontrar en Austria (...)".


El domingo amaneció nublado. Sin embargo nos esperaba, tal vez, lo más interesante del fin de semana. Empezamos la mañana con un brunch donde hice acopio de reservas al menos para tres semanas de hibernación. Una vez con el estómago lleno y el espíritu animado emprendimos la visita al Mediahafen, antiguo puerto de Düsseldorf reconvertido en un gran espacio arquitectónico compuesto por edificios originales de arquitectos de la talla de Frank Gehry, Fuminiko Maki o Claude Vasconi. No todas las estructuras eran de mi gusto, pero el conjunto resultaba impresionante (abajo las fotos). Y después y para terminar, el motivo que verdaderamente había traído a Renata a la ciudad (yo es que me apunto a un bombardeo cuando de viajar se trata): la nueva exposición de fotografía de David Lynch en la Epson Kunstbetrieb. Fue precisamente este hecho y una serie de fenómenos extraños que acaecieron durante todo el fin de semana (como por ejemplo que un tipo que daba bastante mal rollo nos empezara a rondar por las calles solitarias el sábado por la noche, o que al doblar una esquina aparecieran los miembros de la versión alemana de Los Soprano) lo que dio pie a que Renata no pudiera dejar de acordarse de Twin Peaks, repitiendo una y otra vez "Where is the dwarf?" (de ahí el título del post). La exposición altamente recomendable (y en ocasiones desagradable, ved si podéis en la página de la galería una foto titulada Chicken Head) y el fin de semana, pese a todo, muy divertido.
















1 comentario:

Mirela dijo...

Fascinante artículo, Roberto! Has logrado hacerme reír a las 2.40 de la mañana (es decir, cuando "falten deu minuts per dos quarts de tres" - ¿se vé que estoy tomando cursos de catalán o no? ), lo que sí es superar un gran desafío.
Interesante la foto del mausoleo :-)); la miré antes de leer aquel apartado y pensé que las cosas se parecían a unos ataudes. Pero digo "mujer, estás locas, seguro que son sus camas y las verás mejor al ampliar la imagen". Después leo lo que estaba escrito, amplío la foto y, sorpresa: sí había un ataúd por allí. ¿Seguro no eran las camas del hotel, ¿no?
Un beso

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