28 dic 2009

La espera

Tres personas esperan en la estación a que con el amanecer aparezca el primer tren con rumbo a Catania. El que dicho tren llegue antes o después no dependerá de ellos, sino del horario marcado y del estado de las vías, así que K., ya cansado, decide echarse a dormir sobre la piedra fría. Entre bollería y café consume las casi dos horas que faltan para embarcar y dejar atrás Alemania. En Ucrania la escena se repite, esta vez sin letreros, aunque servido de efímera compañía y aún más efímera conversación. Aún faltan dos semanas para la fiesta. Una para el cumpleaños. Dos días para el fin de año. Y uno para que volvamos a vernos. Pero antes debemos sacar el tiempo de la maleta, tenderlo y ponerlo a secar. La distancia hacia el año venidero es la misma para todos. ¿Por qué no perseguir tu empeño (el mío, el suyo) antes de que la manecilla pequeña gire infinitas veces? Estando así las cosas, inevitable resulta que el punto de inflexión no lo imponga la dictadura del tañido de las campanas, sino el repique de uno mismo.

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